10.04.2008


Introductorio.


En el cielo de acá, las noches suceden repletas de estrellas, de escasa luz y media luna, carlancas caprichosas insistentes.

Estamos cínicos de ascetismo y nos penetramos en las pieles apenas descubiertas, arrestando los sabores de la oscuridad, los aromas extraviados sobre el clima abstinente que persisten plagados de largas horas, de minutos inertes también. Las miradas se van perdidas entre las franjas circundantes que a lo lejos alcanzan vapuleos, fetiches arcaicos, distancias en cada huella relegada y la palabra es un hermético signo, un mundo tangente, invisible, la hiedra de la voz estrangulada. El gentío que está alejándose de las costumbres, derrochando rituales, acumulando el tiempo de estaciones y la aglomeración del turno; estampa cíclica sobre el sostén del siglo que difunde y se funde en cada defunción con su propia despedida y de los encantos profundos de la tierra que son como la patria viva, es decir la sangre, la vitalidad del tiempo en el interés del mundo. Hay demasiada ausencia de pecados verdaderos y destinos pospuestos que si, son el sitio perfecto para desaparecer por un instante segundo, casi por siempre, tan lejos de la suerte y también de Dios, ...¡qué tremenda magnitud!.


Puedo describir el desierto que son los meses, pues recordar la magnitud del desconsuelo no cuesta casi nada, advierte igual todos los días y manifiesta los vacíos del hondo dolor, extremadamente convincentes, tan lejos de risitas, centelleos y de aquél encanto que fue recordar tus labios resecos, siempre dispuestos y que entre los deseos y las pasiones, insisten apresuradamente unos a otros. Es una hazaña esto de no tenerte y continuar existiendo, un maratón agónico el esperar por tí aunque te halles al exilio. Es un desgarro verte partirte y luego desahuciarte sin condescendencia; quiero decir sola, sin mí, sin el esencial sustento que te adhería conmigo, a este cacho maltrecho que queda luego del descalabro que subsiste luego de la falla, de la mentira en la escena del adiós.

Puedo explicar las lágrimas que van brotando, porque la ventana veo ceder la lluvia y la vida pasar prontamente, porque puedo mantenerme despierto sufriendo este agudo pasaje que me postra y entonces va lo mismo, soy un no tenerte, andante sin ruta, sin la prisa de tus culpas, sin la exaltación por verte pretenderme con el mismo sueño, mutuo, convertido en complicidad bajo la sábana. Considero que soy lo irreparable, el silencioso resultado de morirme finalmente vivo, amándote de tantas muertes, entre tantos olvidos que me ocupan al pensarte y aunque eso requiera de extraordinaria fortaleza para tan abusivo dolor.

Puedo explicar el vacío de no sentir pulsadas, con este agujero sin fondo, con este universo paralelo que me crece y madura, que me hace creer que también la vida duele cuando el desamor existe, que la herida puede no sanar y seguir infectada de recuerdos; entonces puedo conocerme profundamente y así saber a qué destino pertenezco, incluso, sin las intenciones de tus barreras esclavizadas que me persiguieron con toda su resistencia apuñalándome luego de mi colapso, con tanto apego irónico del influjo de ti.

Puedo explicar esta burbuja y sus fábulas, hablar de mi espera y su inhumana impaciencia, de las horas víctimas, los instantes inconvenientes melancólicos, del gris más triste cayéndose a pedazos, a polvo; caricias que son mentira como una contracción, como la yugular corriente que es fuente y es arteria. Es sencillo poder explicarme las interrogantes que reviven los hechos que brotan y fundaron el inicio; decir que vengas con otro mágico episodio de medio día, sobre el mismo centro, en la misma calle, no sería verdadero pues ya es mentira, olvidada también, porque no se van los días sin que la cortesía los aprisione con el pensamiento y la indulgencia.